viernes, septiembre 12, 2008

Recuerdos de la UPLA VI: La Terrorífica Pensión de la Checha


Cuando quedé matriculado en la UPLA con mi padre nos dedicamos a buscar alrededor de la Universidad una pensión para alojar en esta etapa de mi vida. Después de algunas horrendas alternativas finalmente llegamos a la calle Quebrada Verde 40, en la subida del cerro Playa Ancha donde decidí quedarme ya que el lugar se veía al menos sólo un tanto mejor que los otros.

Era una mansión de dos pisos antigua y derruida, con una majestuosa fuente que hace años no expelía agua, un amplio patio y unos cuantos perros pulgosos que pululaban por allí. Cada vez que me miraban esos tiñosos perros tenía la convicción que millones de ojos de parásitos saltarines se enfocaban en mi y en mi sangre. Era imposible rozarlos o acariciarlos sin que te saltaran un puñado de pulgas hambrientas.

Por dentro tenía una división interminable de piezas a puro panel para hacer rentable el negocio del pensionado y una decoración de mal gusto lleno de esos cuadros de telas de Jesús y la Virgen en colores chillones, harto cobre, y naturalmente La Ultima Cena en 3D además de unos muebles antiguos modulares simples y añejos.

La dueña y administradora del lugar era doña Checha, una señora gorda, rubia tinturada, lentes gruesos y vestidos floreados, algo así como una Bachelet cuarto mundista. Vivía allí junto a su hija Chechita madre soltera de unos 18 años que tenía a su vez su guagua el Chechito y a un hijo bigotón taxista. Además tenía otros dos hijos que residían en Suecia como falsos exiliados, es decir aquellos que inventaron ser perseguidos políticos sin serlos y que profitaron injustamente de la buena voluntad de los nórdicos.

La Checha siempre me trató bien, yo era el único estudiante hombre de la pensión en medio de 9 niñas y ella pertenecía a esa generación de mujeres machistas que piensan que a los hombres se les debe servir primero y brindar atenciones especiales y en cambio las mujeres jóvenes son como hembras medias prostituidas a las que siempre había que darles con la escoba. Ejemplos de lo anterior era que yo me podía duchar cuanto quería pero en cambio a las niñas les cortaban el calefón a los 10 minutos, yo tenía doble ración de comida normal, ellas un te y pan con “chancho” -como ella le gustaba denominar a los lejanos sucedáneos del jamón- yo tenía llaves y libertada horaria y ellas debían estar en la casa antes de las 21:00 o si no se quedaban afuera.

Ahora bien ser hombre también tenía ciertos inconvenientes. El único baño del segundo piso daba a la pieza de la Checha, su hija y su nieto, dormían todos juntos en la misma habitación. Ese baño tenía por tanto dos puertas una que daba al pasillo por donde nosotros entrábamos y otra con incrustaciones de vidrio a la usanza antigua que daba a la pieza familiar. Normalmente las cortinas que cubrían esa puerta estaban cerradas, pero coincidentemente cada vez que yo me duchaba aparecían abiertas.

Me acuerdo mucho de ese lugar porque fue donde pasamos harto tiempo con mi primera polola la Patty, y en ello la “Checha” no tenía problemas morales en que yo llevara a mi chica a la pieza. Incluso en el verano me guardó el espacio para que pudiera ocuparla “cuando quiera y aunque no tenga clases puede ocupar esta pieza pa que traiga a su niña”

Ya que estaba enamorado de la ciudad y de mi polola todo el entorno me daba lo mismo. Por ejemplo no me importaba mucho que todas las noches en mi habitación se escucharan sonidos de patitas con cola, ni el hecho que me pasé casi un año enronchado por las pulgas. Tampoco reparé en la gran cantidad de mujeres que entraban y salían de esa casa, algunas esperaban pacientemente afuera de la primera pieza que daba a la puerta a la que nadie podía ingresar a que bajara la dueña de casa. Tampoco mucho en las imágenes religiosas y el cristo colgado del segundo piso. Allí pase un año embriagado de sensaciones y con 0 conciencia de nada.

Pasados unos algunos años cuando ya había dejado hace tiempo la morada de la Checha fui a buscar unos libros a la biblioteca y me atendió por casualidad la bibliotecaria en persona, al pedirme el carnet reparó en la dirección y me dijo que también había vivido en esa pensión.

- Cuanto tiempo resististe ahí..
- Casi un año.
- No te fijaste que era abortera?.


Ahí me encajaron varios puzles especialmente el porque eran tantas mujeres jóvenes que esperaban compungidas en la antesala del primer piso. La Checha era una abortera inescrupulosa de mala muerte sin ningún manejo médico.


- Te diste cuenta del cristo grande de madera del segundo piso?.
- Si lo vi pero no le prestaba mayor atención, me producía cierto rechazo.
- Si pues si te hubieses fijado ese cristo no estaba sufriendo sino que se estaba riendo.

La vieja era también bruja y practicaba la magia negra, la casa estaba llena de imágenes como el famoso cristo y otros símbolos raros a los que nunca le presté atención.

Como se ve en esa mansión del terror pasé un año de mi vida con cero conciencia ni empatía con el entorno, con la cabeza llena de pajaritos y corazones.