
Yo había llegado al Latino proveniente del Instituto Hebreo del que había arrancado por pura rebeldía. No tenía idea casi nada del establecimiento fuera de que impartía un estilo de educación alternativa, que el uniforme casi no existía y otras vaguedades. Mi hermana Raquel que había metido hace unos pocos años a mi sobrina Nicole me hablaba maravillas de él y así luego de mi constante insistencia y en un arranque de debilidad de mi padre, terminé matriculado.
El primer día de clases llegué con una tenida recién comprada en Ferouch mi hermana me había llevado allá hacía pocos días para poder asistir bien presentadito a mi colegio sin uniforme. Mis compañeros nuevos me miraron con cara de bicho raro, y claramente no encaje y recibí algunas burlas de ellos adscritos en su mayoría a la corriente artesa. Para colmo el colegio si tenía uniforme, relajado eso si, pero uniforme al fin, jeans, zapatillas oscuras y camisa azul o blanca, chaleco pingüino azul marino.
Sólo a base de “Teleanálisis” un excelente documental noticiero que mostraba la verdadera realidad del país en videos pasados de mano en mano que le llegaban a mi cuñado, unos cuantos cassette de Quilapayun, mis hormonas adolescentes, la afición por la onda corta en que escuchaba en las noche sel programa “Escucha Chile” de radio Moscú, me hice la idea que yo era comunista. En mi vida jamás había visto uno pero eso creía. Tan inocente era mi visión de la política que pensaba que toda la oposición estaba unida contra Pinochet.
En el Latino comprendí rápido que “Otra cosa es con Guitarra”, a pesar que éramos unos pendejines supe que eso de la oposición unida era una quimera, la DC, los socialistas medio renovados y otros eran todos Amarillos (todo grupo o persona que no estuviera decididamente a favor de la Revolución ahora ya) y eran despreciados por la mayoría del colegio. Para estar en onda había que ser de socialista de Almeyda hacia la izquierda. Recuerdo incluso a un profesor de matemáticas que recitó en un acto oficial del colegio el himno del movimiento colombiano M19. Mucha tolerancia y diversidad no había. Ergo no hay fruta en la vida que esté toda sanita, menos la fruta humana.
Algunos profes, especialmente los de Ciencias Sociales nos hacían derechamente clases de marxismo, me recuerdo que pasaron mucho días en que no cachaba que cresta significaba la palabra Burguesía que tanto usaba el Chepo el profe de sociales. Lo busque en el diccionario y se definía “Habitante de los Burgos, Edad Media” o sea moya, pero más divertido es que cuando le pregunté a varios compañeros que entendían por aquel vocablo tampoco sabían, tantas veces me tocaría luego en la vida vivir el mismo esquema. Sin embargo el hecho de dar vuelta la historia y naturalmente lo que se establecía como realidad oficial ayudaba a formar en uno un espíritu crítico, quizás el sello más valioso que me aportó el colegio.
No quiero juzgar con dureza lo que allí ocurría, eran tiempos difíciles, bajo un gobierno tiránico. Mis compañeros eran en su mayoría hijos de exiliados, yo un niñito acomodado judío en rebeldía que venía de una casa en que casi se comparaba a Hitler con Allende . Yo llegué por mera casualidad –si es que en la vida existen- y me quedé allí 4 años y al fin me reconvertí por osmosis en lo que todos eran.
Si valió la pena, diría más no que si, pero así fue y de ahí fui. No recuerdo con cariño mi colegio, no pondría a mis hijos en el, de allí me quedan unos pocos amigos y otros tantos recuerdos que cada año evoco con menos nostalgia.
Además lamento haber sido un adolescente grave e intelectualoide, pésimo con las minas que me asustaban pero me gustaban. Me faltó vivir mi etapa, fui un viejo chico politizado, no experimenté lo que debía a mi edad (tampoco eso) y debí esperar la universidad para chasconearme más que un poco.
En la tragedia

Un día en clases de matemáticas, con un profesor al que casi nadie en el curso le entendía nada, aunque se supone que era un gran erudito y académico universitario, sentimos un helicóptero que volaba rasante por el techo del colegio. Con mi compañero de banco comenzamos a jugar que le disparábamos en el aire, y hacíamos el gesto de levantar el arma y gritar “Pum”. El helicóptero pasaba insistentemente lo que nos parecía extraño pero no aminoraba nuestra actitud de tomarlo para la risa. Al rato se escuchan unos gritos desde la calle, nuestra sala estaba separada sólo de un estrecho patio de la avenida Los Leones. Los gritos eran intensos, acompañados de sonidos de pasos presuroso, luego se escuchó un disparo, la clase se detuvo en frió ese segundo, algunos compañeros trataron de salir pero el profesor no lo permitió, nadie entendía nada, el ambiente era tenso y confuso.
De pronto entró una niña del centro de alumnos a la sala, buscaba a Manuel nuestro compañero de curso hijo de Manuel Guerrero Ceballos, no se exactamente que se dijeron pero Manuel salió llorando o gritando. El profesor intentó seguir con la clase pero nadie lo seguía, era su compleja pero bien intencionada forma de calmarnos. Entre medio entró uno de los directores del colegio el Tío Pedro diciéndonos que estábamos pasando por un momento muy difícil y que debíamos tener mucho cuidado, que cuando saliéramos del colegio lo hiciéramos en grupo y no habláramos con nadie.
Había alumnos, profesores y apoderados llorando y gritando por todas partes, sonidos de pánico que venían de adentro y de afuera.
Había sido tangencialmente testigo de uno de los hechos más horrendos ocurridos durantes la dictadura y quizás de la historia de Chile. De la puerta del colegio habían secuestrado al profesor Manuel Guerrero al apoderado Jose Manuel Parada y habían disparado a Leopoldo Muñoz parvulario del colegio –único en Chile- que pasaba justo en ese instante e intento resistir el hecho.
Hoy 21 años después leí que habían edificado un monumento en honor de los tres profesionales degollados. Está representado por tres sillas vacías, que como Manuel Guerrero Antequera dijo, invitan a los niños de toda condición social y diversidad familiar que pasen por el camino al aeropuerto a preguntarles a sus padres que hacen esas sillas allí, y de esa manera ser un aliciente al “Nunca más”.
Es verdad yo no los conocí, pero muchos de mis amigos sí, no puedo compartir su dolor pero si el horror de saber y entender que jamás esas sillas debieron estar vacías.
Otros que estuvieron allí:
Ignacio Rodriguez: http://www.canal.cl/blog/
Pablo Morris: http://pmorris.blogspot.com/2006/03/con-manuel-guerrero-jos-manuel-parada.html
Manuel Guerrero Antequera: http://manuelguerrero.blogspot.com