viernes, marzo 31, 2006

Estuve en el Latino y También el Día de la Tragedia





Yo había llegado al Latino proveniente del Instituto Hebreo del que había arrancado por pura rebeldía. No tenía idea casi nada del establecimiento fuera de que impartía un estilo de educación alternativa, que el uniforme casi no existía y otras vaguedades. Mi hermana Raquel que había metido hace unos pocos años a mi sobrina Nicole me hablaba maravillas de él y así luego de mi constante insistencia y en un arranque de debilidad de mi padre, terminé matriculado.

El primer día de clases llegué con una tenida recién comprada en Ferouch mi hermana me había llevado allá hacía pocos días para poder asistir bien presentadito a mi colegio sin uniforme. Mis compañeros nuevos me miraron con cara de bicho raro, y claramente no encaje y recibí algunas burlas de ellos adscritos en su mayoría a la corriente artesa. Para colmo el colegio si tenía uniforme, relajado eso si, pero uniforme al fin, jeans, zapatillas oscuras y camisa azul o blanca, chaleco pingüino azul marino.

Sólo a base de “Teleanálisis” un excelente documental noticiero que mostraba la verdadera realidad del país en videos pasados de mano en mano que le llegaban a mi cuñado, unos cuantos cassette de Quilapayun, mis hormonas adolescentes, la afición por la onda corta en que escuchaba en las noche sel programa “Escucha Chile” de radio Moscú, me hice la idea que yo era comunista. En mi vida jamás había visto uno pero eso creía. Tan inocente era mi visión de la política que pensaba que toda la oposición estaba unida contra Pinochet.

En el Latino comprendí rápido que “Otra cosa es con Guitarra”, a pesar que éramos unos pendejines supe que eso de la oposición unida era una quimera, la DC, los socialistas medio renovados y otros eran todos Amarillos (todo grupo o persona que no estuviera decididamente a favor de la Revolución ahora ya) y eran despreciados por la mayoría del colegio. Para estar en onda había que ser de socialista de Almeyda hacia la izquierda. Recuerdo incluso a un profesor de matemáticas que recitó en un acto oficial del colegio el himno del movimiento colombiano M19. Mucha tolerancia y diversidad no había. Ergo no hay fruta en la vida que esté toda sanita, menos la fruta humana.

Algunos profes, especialmente los de Ciencias Sociales nos hacían derechamente clases de marxismo, me recuerdo que pasaron mucho días en que no cachaba que cresta significaba la palabra Burguesía que tanto usaba el Chepo el profe de sociales. Lo busque en el diccionario y se definía “Habitante de los Burgos, Edad Media” o sea moya, pero más divertido es que cuando le pregunté a varios compañeros que entendían por aquel vocablo tampoco sabían, tantas veces me tocaría luego en la vida vivir el mismo esquema. Sin embargo el hecho de dar vuelta la historia y naturalmente lo que se establecía como realidad oficial ayudaba a formar en uno un espíritu crítico, quizás el sello más valioso que me aportó el colegio.

No quiero juzgar con dureza lo que allí ocurría, eran tiempos difíciles, bajo un gobierno tiránico. Mis compañeros eran en su mayoría hijos de exiliados, yo un niñito acomodado judío en rebeldía que venía de una casa en que casi se comparaba a Hitler con Allende . Yo llegué por mera casualidad –si es que en la vida existen- y me quedé allí 4 años y al fin me reconvertí por osmosis en lo que todos eran.

Si valió la pena, diría más no que si, pero así fue y de ahí fui. No recuerdo con cariño mi colegio, no pondría a mis hijos en el, de allí me quedan unos pocos amigos y otros tantos recuerdos que cada año evoco con menos nostalgia.

Además lamento haber sido un adolescente grave e intelectualoide, pésimo con las minas que me asustaban pero me gustaban. Me faltó vivir mi etapa, fui un viejo chico politizado, no experimenté lo que debía a mi edad (tampoco eso) y debí esperar la universidad para chasconearme más que un poco.




En la tragedia



Un día en clases de matemáticas, con un profesor al que casi nadie en el curso le entendía nada, aunque se supone que era un gran erudito y académico universitario, sentimos un helicóptero que volaba rasante por el techo del colegio. Con mi compañero de banco comenzamos a jugar que le disparábamos en el aire, y hacíamos el gesto de levantar el arma y gritar “Pum”. El helicóptero pasaba insistentemente lo que nos parecía extraño pero no aminoraba nuestra actitud de tomarlo para la risa. Al rato se escuchan unos gritos desde la calle, nuestra sala estaba separada sólo de un estrecho patio de la avenida Los Leones. Los gritos eran intensos, acompañados de sonidos de pasos presuroso, luego se escuchó un disparo, la clase se detuvo en frió ese segundo, algunos compañeros trataron de salir pero el profesor no lo permitió, nadie entendía nada, el ambiente era tenso y confuso.

De pronto entró una niña del centro de alumnos a la sala, buscaba a Manuel nuestro compañero de curso hijo de Manuel Guerrero Ceballos, no se exactamente que se dijeron pero Manuel salió llorando o gritando. El profesor intentó seguir con la clase pero nadie lo seguía, era su compleja pero bien intencionada forma de calmarnos. Entre medio entró uno de los directores del colegio el Tío Pedro diciéndonos que estábamos pasando por un momento muy difícil y que debíamos tener mucho cuidado, que cuando saliéramos del colegio lo hiciéramos en grupo y no habláramos con nadie.

Había alumnos, profesores y apoderados llorando y gritando por todas partes, sonidos de pánico que venían de adentro y de afuera.

Había sido tangencialmente testigo de uno de los hechos más horrendos ocurridos durantes la dictadura y quizás de la historia de Chile. De la puerta del colegio habían secuestrado al profesor Manuel Guerrero al apoderado Jose Manuel Parada y habían disparado a Leopoldo Muñoz parvulario del colegio –único en Chile- que pasaba justo en ese instante e intento resistir el hecho.

Hoy 21 años después leí que habían edificado un monumento en honor de los tres profesionales degollados. Está representado por tres sillas vacías, que como Manuel Guerrero Antequera dijo, invitan a los niños de toda condición social y diversidad familiar que pasen por el camino al aeropuerto a preguntarles a sus padres que hacen esas sillas allí, y de esa manera ser un aliciente al “Nunca más”.

Es verdad yo no los conocí, pero muchos de mis amigos sí, no puedo compartir su dolor pero si el horror de saber y entender que jamás esas sillas debieron estar vacías.


Otros que estuvieron allí:


Ignacio Rodriguez: http://www.canal.cl/blog/

Pablo Morris: http://pmorris.blogspot.com/2006/03/con-manuel-guerrero-jos-manuel-parada.html

Manuel Guerrero Antequera: http://manuelguerrero.blogspot.com

viernes, marzo 03, 2006

Fobia a: "Tiburón"







Cuando era niño a mediados de los 70´s recuerdo que mi hermano me mostró una revista donde aparecía una imagen aterradora que aún me estremece un poquito con mis ojos de adulto, era la publicidad de la película “Tiburón” (Jaws). La hermosa mujer nadando desnuda por la superficie del mar a punto de ser embestida por el gigante escuelo más dentudo y monstruoso jamás creado. Hoy cuando la veo me sigue segregando un tantito de adrenalina.

Desde ese momento la imagen de la película y de los tiburones blancos en particular, me han acompañado por siempre para mal o para bien. Bien, porque desde ese momento todos lo que se relaciona con Tiburones lo devoro tanto en la TV como en lectura, obviamente me leí el libro y cuanto artículo o lo que sea aparezca en la prensa o los documentales, y supongo –ahora no estoy tan seguro- toda inquietud intelectual debiera ser beneficiosa. Pero mal porque le tengo un cierto nivel de fobia no despreciable a los tiburones.

Es una fobia un tanto ridícula pero así es no más. De niño cuando me bañaba tiernamente en la bañera lo hacía asustado pensando que de pronto ahí mismo entre el shampoo, el jabon y mi patito de hule saldría esa cabezota con esos inexpresivos ojos negros e infinita corrida de dientes a capturarme como una foca y dejar el agua teñida de rojo.

Ahora de adulto me pasa lo mismo pero en las piscinas. No puedo relajarme y pensar equilibradamente que estos peces no caben por los orificios de entrada y desague. Vivo pendiente de que aparezca una aleta al lado de mi flotador, muchas veces me pongo tenso pensando que pueden embestirme y comerme – ohh cielos que dirán mis amigos psicólogos que vergüenza, con que patología sexual relacionaran todo esto- , que decir de los lagos, las playas, y ni soñar con bañarme en el caribe, muchísimo menos en Australia, estos viajes paradisíacos no los haría ni soñando.

Recuerdo un día como a los 20 años que creí que había llegado el momento de terminar con la tontera, me arrendé “Tiburón” – que jamás había visto y siempre la había evitado - en un día de soledad, yo y la TV frente a frente. Después de mucho precalentamiento manu-mecánico, es decir poner la cinta y arrepentirme de inmediato y sacarla – por favor amigos psicologos no continúen leyendo- , me envalentoné y puse “play”. Como ustedes saben la historia parte con la escalofriante escena de la chica desnuda bañándose en el amanecer al borde las boyas, tuve que poner pausa solo en esa parte un millón de veces, estuve esperando todo el tiempo que apareciera el monstruo, ya que no sabía que ese es el juego y la maestría del film. Sudé como nunca y si hubiese tenido 70 me hubiese ido de ataque al corazón fulminante. Pero fue prueba superada.

Esta semana en un documental sobre el aniversario de la película volví a ver la escena inicial, y me volví a impactar con la muchacha gimiendo medio ahogándose “Me duele, me duele” mientras el tiburón la succiona hacia el fondo del mar. Es una notable y clásica pieza del cine de suspenso, horrible y genial al mismo tiempo.

Es increíble como son las percepciones, un día mientas miraba un aterrador documental de la semana del Tiburón del Discovery – no me la pierdo-, y mientras yo me estremecía con la capacidad de trituración del Tiburón Blanco, la velocidad para emerger en la superficie y otras tantas cualidades escualas, percibí que la Patty me acompañaba también mirando el Televisor. Me extraño porque como la gran mayoría de los mortales ella no comparte mi fascinación por estos animales y cuando le hablo de ellos no me pesca mucho. Pues bien ahora estaba fascinada mirando, siguiendo casi con la cabeza su movimiento marino en el TV. Entusiasmado le dije:

- “Son maravillosos cierto?”.

- “Si” me respondió, salivando un poco, “tengo ganas de comer pescado frito”. O sea na que ver, ellas sólo tenía hambre. Pero bueno eso es harina de otro costal.



Como en todo, uno no es único en el mundo, a otras miles de personas le provocó un terror duradero y fóbico el film, incluso algunos prometieron no volver a poner un pie en el mar. Más aún, y aunque parezca increíble, a raíz de la cinta comenzó una cacería irracional de tiburones, paranoica, que tiene al Gran Blanco al borde la extinción. Es el efecto mágico y en este caso trágico de superposición de la realidad que provoca el cine.


En otro plano, el año pasado vi un documental de la “National Geografic” de unos fotógrafos que en las costas de Ciudad del Cabo en Sudáfrica se dedicaron a fotografiar los ataques de una colonia de tiburones blancos contra los abundantes lobos marinos que había en los requeríos de la zona. Descubrieron que a diferencia de la imagen clásica de estos animales como veloces en el mar y lentos en la superficie, cada vez que atacaban se elevaban varios metros de altura y se contorsionaban para intentar atrapar los lobos. Las imágenes de los brincos de estos animales gigantescos haciendo piruetas acrobáticas en el aire, abriendo sus enormes y mortíferas quijadas para atrapar a sus presas me dejo nuevamente maravillado. Asustado y maravillado, como siempre.